Los irlandeses, con sus borracheras alegres y su música de fiesta, con esas tardes lluviosas y cielos grises, con ese acento particular y generoso, saben muy bien que el dinero no compra la felicidad; pero si alcanza para invitar una cerveza a los amigos y -por qué no- a los desconocidos que sonríen, entonces... entonces, bienvenido sea.
V ivimos entre gigantes de cemento; Respiramos nubes de aire empetrolado; Caminamos por el suelo pero jamás pisamos la tierra. Las luces de noche, y la indiferencia de día, ya no nos dejan ver el cielo. Y casi nunca nos miramos a los ojos.
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