Irlanda es como su música: alegre y nostálgica, poderosa y sufrida. Se te mete en el cuerpo a fuerza de ritmo y perseverancia y, sin prisa pero sin pausa, se te mezcla con la sangre que circula por tus venas, te recorre las fibras y cuando te querés acordar, estás bailando en el centro de la pista con una Guinness en la mano y el corazón alterado de alegría latiéndote en el pecho.
Irlanda tiene ese no sé qué que tienen los lugares sencillos, de gentes sin grandes pretensiones pero trabajadoras y dignas, que le ponen el pecho a la adversidad y saben reírse a pesar de todo.
Un sol radiante reflejado en el Liffey me dio la bienvenida a esa tierra de cielos vastos y valles atrebolados, donde las huellas del Hombre apenas superan las cinco plantas y se borran cada mañana con los vientos del Atlántico.
Como su música, Irlanda te conquista por su espíritu, por su ritmo, por su generosidad. Te invita, como para nosotros lo hace el mate, a compartir, a escuchar y a disfrutar de las cosas simples que valen la pena.
Irlanda tiene ese no sé qué que tienen los lugares sencillos, de gentes sin grandes pretensiones pero trabajadoras y dignas, que le ponen el pecho a la adversidad y saben reírse a pesar de todo.
Un sol radiante reflejado en el Liffey me dio la bienvenida a esa tierra de cielos vastos y valles atrebolados, donde las huellas del Hombre apenas superan las cinco plantas y se borran cada mañana con los vientos del Atlántico.
Como su música, Irlanda te conquista por su espíritu, por su ritmo, por su generosidad. Te invita, como para nosotros lo hace el mate, a compartir, a escuchar y a disfrutar de las cosas simples que valen la pena.
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