Los viajes no pueden capturarse en imágenes. Con suerte, una buena selección de fotos podrá transmitir algo de la energía de los paisajes y los escenarios, de la luz en esa particular tarde de sol en la bahía de Dingle, o de esa mañana alucinante en los Acantilados de Moher, o de esa noche calurosa en los puentes de Edinburgo...
Pero ninguna foto podrá jamás decir nada de los olores del viento soplando desde el Atlántico, o de esa catarata escondida en los bosques de Killarney o del aire portuario de Dublin que no sentís al llegar, pero extrañás cuando ya te fuiste. Tampoco permiten saborear esa primera Guinness en el pub más irlandés de Cork, ni el salmón de ese rinconcito japonés del Soho, o esa sopa calentita que me tomé en Galway después de caminar sin rumbo bajo la lluvia.
Pero ninguna foto podrá jamás decir nada de los olores del viento soplando desde el Atlántico, o de esa catarata escondida en los bosques de Killarney o del aire portuario de Dublin que no sentís al llegar, pero extrañás cuando ya te fuiste. Tampoco permiten saborear esa primera Guinness en el pub más irlandés de Cork, ni el salmón de ese rinconcito japonés del Soho, o esa sopa calentita que me tomé en Galway después de caminar sin rumbo bajo la lluvia.
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