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Mostrando entradas de abril, 2013

Contradicciones

Aunque me duela aunque no pueda aunque te extrañe aunque te quiera abrazo el silencio la distancia no leerte que me falte verde la ciudad vacía el corazón quebrado el deseo ronco verme pálida sentirme sola escuchar tu canción esa que repite la historia la nuestra una época una era una vida ¿un suspiro? un antes un después. Acepto no porque quiera sino porque quiero seguir queriéndote aunque ya                                   no

Instrucciones para aprender a morir

1. Respire hondo, bien hondo. 2. Atrévase (no tenga miedo) a explorar los estados del alma, cuando ocurren, cuando mutan, cuando exigen atención y cuando no. Respételos: son usted. 3. Repita tres veces seguidas, con las manos tapándose la cara, la cabeza gacha, la voz quebrada: "pronto voy a morir, algún día voy a morir!". Angústiese dramáticamente, porque es verdad. 4. A continuación, séquese las lágrimas (si tiene lágrimas significa que lo está haciendo muy bien), suénese la nariz con un pañuelo a lunares y sacuda la cabeza de un lado al otro con resignación. Con los ojos bien abiertos y el corazón acelerado, aférrese a esa repentina conciencia de estar vivo que deviene, necesariamente, de hacer correctamente el punto anterior. 5. Respire hondo, otra vez. 6. Ahora, sonría. Llame a un amigo. Pise el césped. Encuentre formas en las nubes. Ríase hasta que duela. Equivóquese mucho. Haga el amor. Relea su libro favorito. Huela la cabeza de un bebé. Escuche a un ancia

Elecciones

Considere esta posibilidad: todas las mañanas usted elije vivir sobre este mundo. Hasta que no apoya los dos pies en el piso de su habitación, usted yace horizontalmente a sesenta centímetros del suelo y habita una realidad paralela (paralela al suelo) que sólo después podrá elegir creer si fue, o no, soñada. Se despierta y suena la alarma. Despega los párpados, se acostumbra a la luz, gira sobre un lado, suspira despacito, tiene una visión del día que le espera: la tostada que se quema, el colectivo que no llega, la entrega del informe, el saludo de su socio, ese llamado cuando quede solo, el sabor de un vino decente, el gusto de una boca indecente... Escucha al gato bajar a ese otro mundo y cruzar la puerta de su habitación, y también escucha el motor de la heladera que se enciende justo cuando usted recuerda que dejó la ropa afuera en una noche de tormenta. Estira el brazo, calcula los minutos, todavía no ha decidido, todavía puede elegir en qué mundo quedarse -pero no lo sabe

Hechos

Las cosas no pasan porque sí.  O hacemos que sucedan o                                           dejamos que nos ocurran. Yo quiero ser  de las que hacen                           que las cosas ocurran  dejando  que sucedan.

Cosas que me gustan

los domingos de mañana. los atardeceres en otoño. las madrugadas de verano. respirar hondo. empezar un libro. reírme a carcajadas. pisar el pasto, descalza. soñar sueños raros y acordármelos. leer las metáforas de forma literal. los abrazos. los olores que me transportan en el espacio y en el tiempo. recibir cartas por correo, en sobre blanco, con estampilla y mi nombre escrito a mano. el perfume de mi viejo... el mismo de siempre, el que anuncia su llegada. las fotos viejas de gente osada. la intimidad conquistada sin querer.

Eres lo que escribes...

Los libros siempre me intrigaron. En mi casa había muchos y la noche estaba para eso: para revisar la biblioteca, meterse en la cama y quedarse leyendo hasta altas horas -la del velador, la única luz encendida- para perderse en otros mundos, otras cabezas, otras vidas. Así como aprendí a leer, aprendí a disfrutar de esa atmósfera de madrugada, esa intimidad de libro abierto, de casa oscura y en silencio, de relojes que marcan la hora pero no saben nada de la duración del tiempo. Aprendí el placer de traicionarme con otra vuelta de página. Y aprendí que no es de los libros de lo que uno se enamora: es del acto de leer. Alguien sabio me dijo hace poco que "quien mucho lee, eventualmente se pregunta cómo se sentirá escribir... y escribe". Como no encontraba papel, empecé un blog.

Preguntas existenciales I

Me invita. Me pasa a buscar. Me compra flores. Me abre la puerta. Me ayuda a bajar. Me acerca la silla. Me saca el saco. Me lee la carta. Me pide el trago. Me cuenta de su casa, de su perro, de su trabajo, de sus amigos, de su pasado, de sus parientes, de su auto, de sus viajes, de sus recuerdos de la infancia, de lo que hizo el martes, de lo que hará mañana, de su tía la que está loca, de su amigo el que es de boca, de lo que no hizo el fin de semana, de sus próximas vacaciones, de su jefe, de su vieja, de su hermana, de su ex, de su perro otra vez. Paga la cuenta. Me lleva a mi casa. Me deja en la puerta. Me da un primer beso. Me dice que me llama. Se sube al auto. Se siente un winner. Se va a la casa. Se hace una paja. Se duerme en su cama. Yo subo la escalera, entro a mi casa, dejo la cartera, pongo las flores en agua, me lavo los dientes, me meto en la cama y no me duermo, desvelada, con la garganta seca de tanto no decir nada, una sola pregunta atravesada: - Y a mí... ¿para qué