Los libros siempre me intrigaron. En mi casa había muchos y la noche estaba para eso: para revisar la biblioteca, meterse en la cama y quedarse leyendo hasta altas horas -la del velador, la única luz encendida- para perderse en otros mundos, otras cabezas, otras vidas.
Así como aprendí a leer, aprendí a disfrutar de esa atmósfera de madrugada, esa intimidad de libro abierto, de casa oscura y en silencio, de relojes que marcan la hora pero no saben nada de la duración del tiempo.
Aprendí el placer de traicionarme con otra vuelta de página. Y aprendí que no es de los libros de lo que uno se enamora: es del acto de leer.
Alguien sabio me dijo hace poco que "quien mucho lee, eventualmente se pregunta cómo se sentirá escribir... y escribe".
Como no encontraba papel, empecé un blog.
Así como aprendí a leer, aprendí a disfrutar de esa atmósfera de madrugada, esa intimidad de libro abierto, de casa oscura y en silencio, de relojes que marcan la hora pero no saben nada de la duración del tiempo.
Aprendí el placer de traicionarme con otra vuelta de página. Y aprendí que no es de los libros de lo que uno se enamora: es del acto de leer.
Alguien sabio me dijo hace poco que "quien mucho lee, eventualmente se pregunta cómo se sentirá escribir... y escribe".
Como no encontraba papel, empecé un blog.
Comentarios
Publicar un comentario