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Mostrando entradas de agosto, 2013

Las capitales

¿Pueblos grandes o ciudades chicas? Las "capitales" de la República de Irlanda (Dublin, Cork, Galway) tienen un denominador común: es muy difícil describirlas. Todas se parecen, pero también tiene un "no sé qué" que las hace especiales. De Galway me esperaba un pueblo pesquero y me sorprendió una señora ciudad, llena de movimiento, música y color. A Dublin me la imaginaba ruidosa e indiferente como suelen ser las capitales, pero me descolocó con su aire de familiaridad y de "acá todos nos conocemos". La jovial y cosmopolita ciudad universitaria de Galway me hostigó con lluvia y vientos arremolinados, y me hizo sentir una extranjera. Dublin, en cambio, me abrazó de buenas a primeras, con cielos azules; y, más tarde, cuando ya nos conocíamos, se animó a acariciarme con gotitas que no mojan y nubes grises que no entristecen. Dublin me abrió sus puertas de colores, me regaló sus rinconcitos verdes custodiados por poetas poco serios, y me dejó conocerla en l

Crónica de un encuentro

Me levanto tempranísimo en una habitación mixta donde duermen seis personas, en el único hostel en el inhóspito pero adorable Doolin. Desayuno en silencio. Armo la mochila a oscuras. A las ocho menos cinco de la mañana salgo afuera. El cielo es gris, el verde más verde, y aunque el día es día desde hace varias horas, el silencio todavía huele a madrugada. Llego a la intersección donde el camino se cruza con la ruta y me detengo a esperar el colectivo local hacia el único destino planificado de mi viaje. La quietud de la espera la interrumpe una camioneta que aparece desde atrás de una curva. Cuando pasa adelante mío disminuye la velocidad y, en irlandés, el conductor me pregunta: - Waiting for the bus, love? - Yes, the 8 am bus-, le digo. - Ok, I'll be here in 15 minutes-, me responde el conductor de la camioneta que, según parece, también es el conductor del colectivo que espero. Efectivamente, quince minutos después, un bus anunciado a Limerick se detiene delante mío; su c

De poetas y borrachos

Los irlandeses,  con sus borracheras alegres  y su música de fiesta, con esas tardes lluviosas y cielos grises,  con ese acento particular y generoso,  saben muy bien que el dinero no compra la felicidad; p ero si alcanza para invitar una cerveza a los amigos y  -por qué no-  a los desconocidos que sonríen,  entonces... entonces, bienvenido sea.

Nostálgicas alegrías

Irlanda es como su música: alegre y nostálgica, poderosa y sufrida. Se te mete en el cuerpo a fuerza de ritmo y perseverancia y, sin prisa pero sin pausa, se te mezcla con la sangre que circula por tus venas, te recorre las fibras y cuando te querés acordar, estás bailando en el centro de la pista con una Guinness en la mano y el corazón alterado de alegría latiéndote en el pecho. Irlanda tiene ese no sé qué que tienen los lugares sencillos, de gentes sin grandes pretensiones pero trabajadoras y dignas, que le ponen el pecho a la adversidad y saben reírse a pesar de todo.  Un sol radiante reflejado en el Liffey me dio la bienvenida a esa tierra de cielos vastos y valles atrebolados, donde las huellas del Hombre apenas superan las  cinco plantas y se borran cada mañana con los vientos del Atlántico.  Como su música, Irlanda te conquista por su espíritu, por su ritmo, por su generosidad. Te invita, como para nosotros lo hace el mate, a compartir, a escuchar y a disfrutar de las cosas sim

El gusto de viajar

Los viajes no pueden capturarse en imágenes.  Con suerte, una buena selección de fotos podrá transmitir algo de la energía de los paisajes y los escenarios, de la luz en esa particular tarde de sol en la bahía de Dingle, o de esa mañana alucinante en los Acantilados de Moher, o de esa noche calurosa en los puentes de Edinburgo... Pero ninguna foto podrá jamás decir nada de los olores del viento soplando desde el Atlántico, o de esa catarata escondida en los bosques de Killarney o del aire portuario de Dublin que no sentís al llegar, pero extrañás cuando ya te fuiste. Tampoco permiten saborear esa primera Guinness en el pub más irlandés de Cork, ni el salmón de ese rinconcito japonés del Soho, o esa sopa calentita que me tomé en Galway después de caminar sin rumbo bajo la lluvia.

Puertas

Ni Londres, ni Dublin, ni Dingle ni Belfast serían lo que son si no fuera por esas puertas de colores, truco fácil y eficaz, para seducir a cualquiera. Nadie sabe el verdadero motivo; las leyendas incluyen remedios pigmentados contra la depresión o contra la infidelidad.  Dicen que después de una noche de Guinness el borracho podría confundirse de esposa, pero nunca podría confundirse de puerta.

Postal urbana

Vivo en una ciudad ruidosa, desordenada, taciturna. Una ciudad con demasiada gente, demasiados taxis, demasiada bronca. Una ciudad que ostenta sus contrastes y sus miserias; que reproduce la geografía de la desigualdad con un ecuador que acá se llama Rivadavia. Vivo en una ciudad de baldosas flojas, de caras tristes mirando el suelo y ojos que miran pero no ven, porque siempre están yendo a otro lado. Una ciudad-grito que implosiona cuando quiere explotar, que amenaza con escupir cemento y convertirnos a todos en lo que ya somos: seres sombríos, cansados, indiferentes; indignados que se acostumbraron a la rutina y refunfuñan por lo bajo, con la cabeza gacha y arrastrando los pies. Vivo en una ciudad alienada y alienante; la oficina de los burócratas, la meca de los desposeídos, el refugio de los bohemios. La decepción de todos los que vinieron en busca de oportunidades, amor, aventuras; y se quedaron, a pesar de reincidir en el desencanto, porque una ciudad así te convence de q

Postal urbana II

V ivimos entre gigantes de cemento; Respiramos nubes de aire empetrolado; Caminamos por el suelo pero jamás pisamos la tierra. Las luces de noche,  y la indiferencia de día, ya no nos dejan ver el cielo. Y casi nunca nos miramos a los ojos.