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Mostrando entradas de abril, 2017

Melancolía

¿De dónde saliste? ¿Te encontré o me buscabas? ¿Cuánto nos perdimos? No te esperaba ¿Me creés? Y mientras tanto te rebalso a besos, me aprieto a tu aroma, acaricio tus susurros, saboreo tu mirada, nos reímos de placer. ¿Siempre fuiste así, mitad oso, mitad pez? Yo te adoro ¿me querés? Hoy miramos las estrellas, vi tu cara en la luna, te soñé ¿Es posible que seas tan brisa, tan noche, tan sol, tan mundo? Te respiro ¿me sentís? Te leo ¿me cantás? Y mientras tanto miro tu foto, soplo panaderos, dibujo corazones, recuerdo tu perfume y quiero estar sola. Sola con vos, todo el tiempo. Alejarme, extrañarte mucho, con pena, con ansia, que duela. Esperar tus señales, ir a buscarte, sentirte cerca. Tu presencia me rodea, me abraza, me deshace. Somos todo. Vos-y-yo. ¿Puede un enamorado desenamorarse? ¿Es capaz de verte el alma y, de un día para otro, hacerte invisible? Temo que te pierdas en los recovecos de tu miedo y te indigestes con mi hambre de darme.

Invisible

Llegué al café y empujé la puerta de vidrio con todo el peso de mi cuerpo. La caminata a paso porteño me había dejado agotada. Tiré la campera y el saquito en el respaldo de la silla, ese puto exceso de abrigo que ando acarreando, de acá para allá, desde que alguien decidió que es normal que haga frío en noviembre. Si dejo el impermeable en casa, llueve. Si me pongo las botas, la temperatura sube a 33° C en el transcurso de cuarenta minutos y me paso el día con los pies hinchados como dos sapos a punto de reventar. Si salgo con el paraguas en la mochila (el que me compré después de estar empapada dos semanas seguidas y que no he abierto desde entonces), a la pampa húmeda la declaran zona desértica; pero alcanza con que me lo olvide en el sillón del living, para que la ciudad rompa los records Guinness de milímetros llovidos por segundo, justo cuando me tengo que tomar el bondi que tiene la parada a siete cuadras de mi casa. En la misma silla donde tiré la campera y el saquito que no u

Montaña y madriguera

Anoche, por primera vez, dormí sobre la tierra húmeda, debajo de Orión, entre las montañas. El plan era simple: llegar antes del atardecer, hacer una caminata nocturna, sobrevivir una noche helada y madrugar para ver el amanecer. Fui profundamente feliz por 18 horas. Disfruté del viaje sinuoso, del paisaje invernal, la nieve al costado del camino. Viví con entusiasmo el proceso de armar la carpa en medio del descampado, con el sol del atardecer apenas calentando el aire, las sombras largas derritiéndose sobre la tierra helada. Juntamos leña en penumbras, devoramos la cena como si fuera un manjar soso pero caliente. Me pareció insólito usar siete capas de ropa e igual tener frío. Debajo de los guantes, mis dedos sintieron la temperatura caer por debajo de los cero grados. Temí por la noche que avanzaba, pero más tarde, cuando desapareció el sol, me di cuenta de que, en verdad, no tenía miedo y sonreí. Cuando la oscuridad fue completa, iniciamos la caminata en fila india por el bo