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Día 252

Dicen que los amigos son la familia que uno elige. Pero a los míos me los puso la vida por delante y, yo, que venía impulsada por una necesidad implacable de darme, me los llevé puestos. Fue tan inmediata la conexión, tan eficiente la química, tan arrasadora su presencia, que no tuve tiempo de -ni hizo falta- elegir.

***
No sé, ya, donde queda mi casa ni qué o quiénes son mi hogar. Son los beneficios de tener como hábito y pasión gastar en lo único que nos hace más ricos. Viajar. Que varios rinconcitos del mundo huelan a propio. Que los teléfonos de la agenda empiecen con '+'. Que las postales lleguen (¡sorpresa!) en la fecha estimada. Que la distancia se vuelva relativa, porque el tiempo y el espacio ya no se mide en horas o kilómetros, sino en el grado de intensidad de los reencuentros.

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Una vez escribí por ahí que tengo una debilidad por los comienzos y algo así como aversión a las cosas que terminan. Por ejemplo: ver a mi familia de amigos desarmarse en los aeropuertos.

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Volver a casa, esa donde crecí, donde alguien me espera. La familiaridad de lo habitual y lo extraño de lo ya conocido, redescubierto. Saber perfectamente qué me espera y saber que nada será lo mismo.

Diarios de viaje. Día 252.

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