El mar arrastra a la arena y la arena deshace al mar. Avanza uno, retrocede el otro. Y cuando la batalla parece tener un vencedor, la luna -con su influencia sideral- revierte la situación y todo vuelve a empezar. Quien mira al mar transformarse en ola amenazante para acabar en espuma débil en la arena el tiempo suficiente, aprende rápidamente que ninguno de los dos –ni el mar ni la arena- podrán terminar jamás con esa rutina irreversible. Y entonces, lo que hasta ese momento parecían dos entidades diferentes, opuestas, enfrentadas, se vuelven -a los ojos de quien sabe observar y esperar- dos principios de un mismo movimiento, y ya no sabe dónde empieza uno, ni cuándo comienza el otro.
Así, como el mar y la arena, somos las personas:
seres desdoblados pero únicos,
divididos pero completos,
contradictorios y en constante batalla con nosotros mismos,
siempre una versión diferente de la misma obra.
Y así nacemos, crecemos y vivimos:
haciendo y deshaciendo,
borrando y reescribiendo,
avanzando y retrocediendo sobre nosotros mismos.
Y esa contradicción en movimiento que somos, da como resultado una
entidad difusa pero identificable,
completa pero inacabada,
permanente pero etérea e inasible: nuestra identidad.
***
Eso somos: una playa desierta.
seres desdoblados pero únicos,
divididos pero completos,
contradictorios y en constante batalla con nosotros mismos,
siempre una versión diferente de la misma obra.
Y así nacemos, crecemos y vivimos:
haciendo y deshaciendo,
borrando y reescribiendo,
avanzando y retrocediendo sobre nosotros mismos.
Y esa contradicción en movimiento que somos, da como resultado una
entidad difusa pero identificable,
completa pero inacabada,
permanente pero etérea e inasible: nuestra identidad.
***
Eso somos: una playa desierta.
Comentarios
Publicar un comentario